Observar peculiaridades de un entorno natural siempre es
fascinante. La naturaleza nunca para de sorprenderme. Da igual que sea un
terreno completamente árido o espacios rebosantes de agua. Siempre son
espectaculares.
Sin embargo, hay
otros entornos no naturales como son las llamadas “junglas de asfalto” que
tienen su “aquello”. Suelen ser espacios más tristes, incluso deprimentes. No
me suele sorprender absolutamente nada de ellas ya que fueron elaboradas para
hacer más cómoda la vida. Trayectos mucho más rápidos (carreteras, autopistas),
suele estar todo bien organizado para evitar que me pierda (calles, avenidas),
todo está señalizado y además muy controlado. Utilizo todo el mobiliario urbano
pero pocas veces lo siento. En ocasiones, admiro monumentos, jardines, pero
sólo eso. Si algo me sorprende no es ni, por asomo, parecido a lo que siento
perdida en una montaña, en una playa o en un desierto.
Sólo he sentido
algo muy especial en estos entornos urbanos en dos ocasiones. La primera que
siempre he percibido y me encanta es la manera que tiene la naturaleza de
intentar recuperar terreno perdido miles de años atrás. Supongo que no soy la única
que admira como, por ejemplo, alguna hierba invasora comienza a reinar entre
los escombros de un edificio vacío, abandonado. Le surte de vida y se ve como
algo místico. La perfecta combinación entre lo natural y la mano del hombre.
Aunque normalmente el daño del hombre es casi irreparable y no tiene nada de
mágico.
La segunda es la que me dio mucho que pensar una vez.
Caminaba por la acera, estupendamente nivelada y adoquinada (para no hacer tan
monótono el paseo). Fijé mi mirada en los obreros que normalmente trabajan en
la calle, adaptando y arreglando los pequeños desperfectos que surgen por el
uso. Unos barrían, otros quitaban la maleza y las “malashierbas” que nacían entre
las ruinas y grietas de algunos edificios. Y por último, me fijé en aquellos
que componían los baches de la acera. Echaban el cemento y con unas maderas
iban nivelandolo con muchísimo cuidado. Lo hacían como si se tratara de una
obra de arte. Me gustó ver que eran muy perfeccionistas. Después colocaron
vallas y señales para evitar el tránsito de los peatones hasta que secara la
densa masa.
Aquí llegó la gran sorpresa. Fue muy emocionante. ¿Qué
tendrá el universo que siempre coloca un poco de orden en todo el caos y
viceversa? Se acercó dando pequeños saltitos un gatico adorable. Muy tierno,
decidió dejarse posar en el cemento que todavía no estaba del todo seco. Los
trabajadores empezaron a hacer aspavientos para intentar alejarlo y fue muy
gracioso porque no podían pisar su trabajo para impedir que este ser lo
hiciera, era incongruente. Marcó una trayectoria diagonal, es decir, cruzó toda
la parte de la acera recién arreglada y aun húmeda desde un punto a su extremo
completamente opuesto. Como si fuera una estrella de Hollywood. Aquí sí se
consagró la obra maestra de los obreros. Fue la guinda del pastel. Realmente
precioso. ¡Qué combinación tan perfecta!
Desde ese día siempre me llama la atención las huellas del
cemento. Veo de perro, de pájaros (más grandes y más pequeños); y, para no
olvidar que somos parte de la naturaleza, de niños pequeños, entre otras
muchas.
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